El encuentro con la mujer fetiche
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Lo único que llevaba puesto eran unas bragas de encaje y unas gigantescas botas de plataforma rosa palo. Había hecho suya la barra de pole dance, y con ella, la atenta mirada de todos nosotros: hombres y mujeres.
La verdad es que resultaba hipnótico.
Se movía fijando la mirada en la nada, y todos sabíamos, al menos yo lo sabía, lo consciente que era de que tenía al público entregado. Supongo qué, por rebeldía, me fui. No sin antes cruzar la puerta hacia otra sala y hacer un último intento de encontrar su mirada. Nada.
Estuve hablando con una pareja y tomando una copa en la piscina. Implícitamente me estaban invitando a participar, pero querían ir poco a poco. Por mí estaba bien, sin embargo, aún tenía en la mente a aquella mujer fetiche.
Fui a pedir una copa y allí estaba ella también. Resultaba imponente. Con aquellas botas era bastante más alta que yo, me sentí cohibido. De repente, y sin girarse hacia mí me dijo ¿Qué guapo eres tú, no?
Sentí el corazón a mil y no pude más que soltar una risilla nerviosa y darle las gracias por aquello. No pude apreciar como encajó mi reacción, ya que no me atreví a mirarle. Me fui, otra vez. Sólo que en esta ocasión, sintiendo que había dejado escapar un tren que no iba a volver.
Volví con la pareja y continuamos nuestra charla. Poco a poco, notaba como ella se iba acercando a mí. Yo me fijaba tanto en ella como en él, para cotejar que todo esta bien. No quería pasarme de listo. Llevaba poco tiempo practicando la vida swinger y todo esto para mí era relativamente incierto.
Él, nos propuso ir a un lugar con más intimidad. Aceptamos. De camino a una de las habitaciones algo captó mi atención. Era ella, la mujer fetiche, de nuevo. Sin embargo, ahora no estaba sola.
Estaba participando en una orgía. Había varias personas teniendo sexo entre ellas en un mismo habitáculo. Ella se encontraba en posición de cuatro, siendo penetrada por un hombre.
Ella no me vio y yo no supe que hacer. Les pedí a la pareja si podían continuar ellos. Se fueron y yo me quede allí, mirando. En un arrojo de osadía o insensatez, me aproximé a ella. A la distancia justa para no incomodarla, pero suficiente como para que si quisiera, me invitase a entrar.
Entonces me vió y con su mirada noté que me invitaba a su boca. Le acaricié el pelo y vi que le parecía bien. Roce sus labios con mis dedos y le continuó pareciendo bien.
Entonces me pregunto, ¿Qué quieres? Y solté la respuesta más absurda y afortunada de mi vida: Tú número.
En cuanto lo dije pensé eres imbécil, estas en un local liberal y le pides el número. ¿Qué crees que es esto? Se va a descojonar.
Ella me contestó ¿tienes para apuntar?
Traté de memorizarlo, ya que evidentemente no tenía nada con lo que hacerlo. Le dije que tenía que ir con una pareja, que me estaban esperando. Sin embargo, lo que hice fue ir corriendo a las taquillas, coger mi móvil y apuntar su número antes de que se me olvidase.
Conseguí hacerlo. Respiré aliviado. Fui al baño y con el subidón de haberlo logrado, acudí de nuevo a su encuentro, pero ya no estaba.
La busqué por toda la sala y nada. Al rato, como no la encontraba, pregunté en la puerta y me dijeron que creían que se había marchado. Pensé que aquello se había acabado.
Hoy, dos años después, está a mi lado en el sofá mientras te cuento esta historia.